8/2/10

Texto y contexto de El Banquete

Para refrescar las ideas, este es un pequeño acercamiento al contexto histórico de Platón y El Banquete.

Así vivían en la Grecia Antigua
La Hélade
Cuando hoy hablamos de Grecia nos referimos a un país situado en el Mediterráneo oriental que comprende una parte continental y una gran cantidad de islas de muy diverso tamaño, que se extienden por el Mar Jónico y, sobre todo, por el Egeo. Salvo algunas zonas del norte, todas estas tierras fueron escenario en mayor o menor medida de la antigua civilización griega.
Pero sería un error identificar esta Grecia actual con los griegos de la Antigüedad. Primero, porque aquellos nunca constituyeron un estado unificado como el de hoy, y también porque el mundo griego era mucho más amplio: a partir del siglo VIII a.C estaba constituido por una suma de poleis (polis en singular) o pequeños estados independientes que, además de la zona correspondiente a la Grecia actual, jalonaban las costas medierráneas de Turquía, norte de África (Egipto y Libia), Sicilia y el sur de Italia (la llamada Magna Grecia), e incluso el sur de Francia y la costa levantina de España.
Cada polis (ciudad-estado) tenía sus terrenos agrícolas y de pastoreo o de bosque, así como salida al mar. Los contactos marítimos eran más recuentes que las comunicaciones terrestres (más difíciles).
Aunque la polis constituía su marco y su ideal, todos tenían clara su pertenencia a una comunidad diferente de la de los bárbaros, nombre que daban a los extranjeros.
Nunca se llamaron a sí mismos griegos (la palabra es de origen romano), sino helenos, y en época micénica y homérica, aqueos.
La literatura helena es una de las más completas de la historia de la Humanidad, y ello a pesar de las obras que se han perdido.
En el siglo VI a.C. nace la filosofía, entonces unida a las matemáticas, la geometría, la astronomía y la ciencia en general. De hecho, los primeros filósofos conocidos, Tales de Mileto y Pitágoras de Samos, son más conocidos por su aportación a las matemáticas. Aunque se produjeron hallazgos notables, los griegos no concibieron nunca una aplicación práctica de sus especulaciones científicas. Llegaron a inventar una especie de “máquina de vapor”, pero no se preocuparon por buscarle un uso práctico.
Las dos ciudades-estado más significativas (y antagónicas) de la época clásica (siglos V y IV a.C.) son Esparta y Atenas.
Esparta (también llamada Lacedemonia o Laconia) es un caso singular entre las poleis griegas a causa de su militarismo, el cual constituye la base de su organización social y política. Parece que las causas hay que buscarlas en su peculiar manera de solucionar su “falta de tierras” ante el aumento demográfico.
Atenas, en la península de Ática, que no es ni era una de las zonas más favorecidas de la Grecia continental. En los primeros siglos de su historia no sobresalió entre las poleis contemporáneas. Sin embargo, en un momento dado se convirtió en la primera de las poleis. Esta culminación de su evolución política se vio acompañada de un gran momento económico y sobre todo literario y artístico como raras veces se ha producido en la historia. Nuestra cultura occidental no podría explicarse sin esta extraordinaria aportación ateniense.
Las excavaciones en la Acrópolis de Atenas evidenciaron que en el lugar hubo un asentamiento micénico. Aristóteles, que escribió en el s. IV a. C. la Constitución de Atenas, cuenta como se unieron diversas aldeas del Ática en una polis que se llamó Atenas (nombre en plural de la patrona, Atena o Atenea) en el siglo XIII A. C. La realidad es que se hizo más tarde, como en el resto de la Hélade.
Atenas tenía un sistema de gobierno monárquico, sustituido en la primera mitad del siglo VII por un régimen aristocrático: los nobles terratenientes, a través del Areópago elegían a los arcontes o supremos magistrados. Los demiurgos (pequeños campesinos libres, artesanos y comerciantes), y los georgoi (trabajadores del campo), ambos ciudadanos, estaban supeditados a ellos. Por supuesto, los esclavos no contaban y carecían de derechos.
Más adelante, ya en el siglo VI a.C. el arconte Solón dividió a los ciudadanos en cuatro grupos, según la riqueza (expresada en medimnos o medidas de trigo). Tras Solón se desarrolló una etapa de anarquía, que terminó con la tiranía de Pisístrato (547 a.C.). Paradójicamente, la tiranía de Pisístrato supuso un allanamiento en el camino hacia la democracia. Aumentó la producción de aceite y vino, y se incrementó el comercio, garantizándose el suministro de trigo de Ucrania. Fue inusualmente benévolo con sus enemigos y protegió a los más pobres, especialmente a los campesinos. Con él comenzó verdaderamente Atenas a ser una polis importante: construcción de un templo de Atenea (el primitivo Partenón), y la institución de las fiestas Panateneas y Dionisias. También hizo escribir los poemas, transmitidos oralmente hasta entonces, La Ilíada y La Odisea.
Dos años después de su muerte, Clístenes realizó una serie de reformas que prácticamente significaron la instauración de la democracia. Estas consistían básicamente en la creación de diez nuevas tribus con carácter territorial frente a las cuatro tradicionales que se basaban en lazos de sangre y parentesco, y de una Boulé, el Consejo, de quinientos miembros, que se convirtió en el órgano constitucional más importante al preparar las sesiones de la Ecclesia o asamblea (a ambas podían pertenecer todos los ciudadanos). Con ello quedó instaurada la isonomia, es decir, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Para garantizar el buen funcionamiento de la democracia y evitar los intentos de poder personal, instituyó el ostracismo: consistía en la posiblilidad de enviar al exilio por diez años a cualquier sospechoso de atentar contra el orden constituido, por medio de una votación anual en la asamblea.
La democracia quedaba, pues, asentada.
Después vino el período de las Guerras Médicas contra la expansión de los persas (hacia el año 500 a.C.). Las ciudades griegas formaron un frente común contra el invasor, pero aún así los persas consiguieron entrar en Atenas y la destruyeron. Finalmente, los griegos vencieron a los persas, que abandonaron Grecia (c.480 a.C.).
A partir del 461 a.C. comienza “el siglo de oro ateniense”, con Pericles, que rigió como primer magistrado durante varios años. A él se le considera el culminador de la democracia ateniense. Pero, se trataba de una democracia que sólo afectaba a los ciudadanos, tanto ricos como pobres; pero, éstos eran sólo una parte, y no la más numerosa, de la población. Si no se era por nacimiento (hijo de padre y madre atenienses), era muy difícil acceder a la ciudadanía.
A pesar de la dificultad que representa hacer un estudio demográfico, algunos historiadores han calculado en 40.000 el número de ciudadanos para la Atenas de esta época, sobre una población algo mayor de 300.000 habitantes. Aunque había ricos, la mayoría eran pequeños propietarios de tierras, jornaleros y artesanos.
Junto a estos ciudadanos había un grupo muy activo con derechos limitados, los metecos o extranjeros (más de 70.000). Eran libres, y generalmente griegos nacidos en otras ciudades, que preferentemente se dedicaban al comercio y a la industria (no podían poseer tierras) y vivían sobre todo en el Pireo. No podían votar ni participar en las instituciones del estado. Aristóteles era meteco.
El grupo más numeroso era el de los esclavos (unos 115.000). Aunque protegidos, carecían de todos los derechos políticos. Rara era la familia que no poseía al menos un par. Podían llegar a comprar su libertad con su trabajo y pasar a la categoría de metecos (la mayoría de los esclavos no eran griegos).
Las mujeres, por muy hijas y esposas de ciudadanos que fueran, tampoco podían intervenir en los organismos públicos ni votar.
La mujer rica permanecía en casa recluida en el gineceo y no participaba en fiestas, banquetes o actos públicos. Pero, la inmensa mayoría trabajaba (vendedoras, nodrizas, comadronas…). Un caso aparte constituían las bailarinas, músicas y prostitutas, mal consideradas, pero con un grado superior de libertad al común de las mujeres, y las hetairas, generalmente extranjeras, únicas mujeres cultas que abrían sus salones a los intelectuales y artistas, discutían con ellos, asistían a fiestas y banquetes, etc. Mal vistas, en general, por las “virtuosas”.
La vida en Atenas.
Atenas creció desordenadamente, sin un plan urbanístico, de modo que la inmensa mayoría de sus calles eran estrechas y retorcidas, y estaban flanqueadas por casas muy modestas. Escaseaba el agua, y el desarrollo económico conducía paradójicamente a un empeoramiento de las condiciones de vida. Uno de los aspectos que caracterizaban el área urbana ateniense era el bullicio, el ruido de la muchedumbre en las calles y en las plazas. Y otro rasgo de la Atenas democrática era el que la gente baja no mostrara reverencia alguna ante los notables y se despreocupara por completo de cederles el paso.
En cambio, al llegar la noche las calles, carentes de iluminación, se volvían inseguras.
Las casas atenienses carecían de agua corriente, y sólo algunas contaban con pozos, por lo que era preciso ir a buscarla a las fuentes. Hasta el siglo IV no se hicieron cloacas cubiertas, y se echaba todo a las calles, que no estaban pavimentadas. Abundaban las ratas, las moscas y los mosquitos, las pulgas, chinches y otros parásitos.
Una parte muy importante del esfuerzo constructivo de Atenas se encaminó al acondicionamiento de su puerto, el Pireo, situado a cierta distancia de la ciudad.
Las viviendas solían ser de una sola planta dividida en dos o tres diminutas piezas, construidas con madera, adobes y cascajo, y apoyadas unas contra otras. Hay testimonios escritos de la existencia de viviendas colectivas, que albergaban a varias familias de inquilinos. También había casas de gentes ricas, más confortables y lo suficientemente amplias como para permitir albergar a los esclavos domésticos. Sin embargo, la mayor parte de las familias acomodadas residían, al parecer, en los alrededores de la ciudad, e incluso en el campo.
La unidad familiar, integrada por una pareja de esposos y por unos hijos nacidos de la unión de ambos o legalmente adoptados, era en la Grecia clásica la base natural y jurídica del tejido social. En la constitución del matrimonio prevalecían los aspectos económicos y de convención social frente a los sentimientos de los contrayentes.
En Atenas el matrimonio legítimo entre ciudadanos era por encima de todo un contrato entre dos partes: por un lado el novio, y, por otro, el representante legal de la novia (el padre, si vivía, o el hermano mayor o el varón que determinara la ley), ya que la mujer no tenía capacidad jurídica para asumir esta responsabilidad.
Los matrimonios entre desconocidos eran lo común entre las gentes de clase media y alta en Atenas.
En realidad, el hombre griego consideraba el matrimonio como una obligación penosa, como un “mal necesario”: había que casarse para tener un heredero de la hacienda y alguien que perpetuara los cultos domésticos, incluido el ritual funerario, y además, para alcanzar el prestigio social que se negaba al soltero. En general, la edad ideal para casarse era los treinta en el hombre y los dieciséis en la mujer.
La ley ateniense reconocía el divorcio, pudiendo el marido repudiar a la esposa sin necesidad de alegar motivo alguno, aunque, eso sí, con la obligación ineludible de restituir la dote recibida. De hecho estaba obligado a mantenerla intacta mientras duraba el matrimonio, aunque la administraba y se beneficiaba de lo que produjera; para evitar que vendiera o gastara tales bienes, era frecuente que se le exigiera una garantía hipotecaria constituida sobre su propio patrimonio.
La falta de descendencia solía ser la causa del repudio, así como el adulterio probado de la esposa. Cuando recibía malos tratos, la mujer casada podía acudir al arconte para que disolviera el matrimonio.
El esposo no sólo era libre de divorciarse cuando gustara, con derecho a conservar los hijos habidos del matrimonio e incluso el engendrado y no nacido aún, sino que podía casar a su mujer con otro hombre de su elección, sin el consentimiento de ella. En cuanto a la viuda, tenía que casarse con quien hubiera dispuesto el marido antes de morir, si así lo había hecho, o quien decidiera su nuevo dueño legal (hijo mayor, padre o pariente más próximo). La mujer casada que, a la muerte del padre y a falta de hermanos varones, se convertía en heredera del patrimonio familiar, podía ser obligada a divorciarse para casarse con el pariente más próximo por vía paterna, a fin de convertirse éste en administrador de los bines en cuestión y en padre del futuro heredero de los mismos.
Como la finalidad del matrimonio era la consecución de un heredero, se tendía a evitar las proles abundantes. Platón fija la descendencia ideal en una hija y un hijo. Pero, parece que prevalecía la tendencia a tener un solo hijo.
Existía un escrúpulo de carácter religioso que impedía dar muerte al recién nacido, pero de hecho se le abandonaba esperando que muriera, colocado en un cacharro de barro que habría de servirle como urna funeraria. A veces, el pequeño era recogido por alguna pareja que necesitaba un hijo, o por alguien que quería criarlo como esclavo.
Tan legítimo y tan aceptado como el abandono del recién nacido era el aborto, aunque la ley defendía el derecho del padre o del dueño de una esclava a tener descendencia, prohibiendo que la mujer se provocara un aborto sin el consentimiento del esposo o del dueño.
Además, los griegos trataban de evitar que sobrevivieran los hijos nacidos con taras físicas.
El recurso de la adopción se utilizaba cuando no se había logrado descendencia o habían muerto los hijos prematuramente. Se podía hacer en vida o a través de testamento. Por otra parte, un padre sin más heredero que una hija casada podía adoptar al hijo de ésta.
La enseñanza de los niños incluía las letras, la música y la gimnasia.
El trabajo físico se consideraba como una calamidad, ya que arrebataba al hombre el tiempo necesario para cultivar su espíritu y para gozar de los sentidos. El ejercicio de las funciones públicas y la prestación militar eran actividades que gozaban de mayor estimación social que las productivas.
Pero, si se veía uno forzado a trabajar con las manos, debía ser al menos en la propia hacienda, porque la propiedad de una tierra, por pequeña y pobre que fuese, era en sí misma un título de dignidad; hacía al hombre formalmente libre y constituía el soporte material de la familia, su signo de identidad; aunque, lo ideal era tener esclavos que pudieran hacer estas tareas.
En muchos estados griegos el poseer una tierra era lo que confería derechos políticos.
Las actividades lucrativas, como el comercio, tampoco estaban, en general, bien vistas.
El trabajo de los artistas de calidad (arquitectos, escultores o pintores), el de los médicos o el de los maestros, tenía un rango social elevado, pero no tanto como hoy en día, ya que todo lo que fuera trabajar por dinero se consideraba degradante.
La libertad y la esclavitud eran calificaciones jurídicas que no siempre implicaban una diferencia en la calidad de vida. La riqueza y la falta de ella marcaban unas diferencias entre los hombres mucho más importantes que su condición de libres o de esclavos.
Los griegos tenían innumerables dioses, respetaban a los dioses de los extranjeros, y estaban abiertos a cualquier creencia o práctica religiosa.
Entre los griegos se había desarrollado una rica actividad filosófica que había sometido a la religión a sus críticas, tratando de alcanzar una concepción más elevada de los divino; una relación con la divinidad que no impusiera limitaciones al pensamiento. Los dioses demasiado humanizados y sujetos a las pasiones de los hombres no eran tomados en serio por los filósofos, pero tampoco se consideraba a éstos como ateos. El hombre griego era profundamente religioso.
La muerte tenía una singular importancia en el contexto del grupo familiar. Para los atenienses de la época clásica era muy importante el ser inhumados en su tierra natal.
Comida y banquetes.
Los griegos comían, en general, poco y sin gran variedad. Su comida más importante era la cena, en tanto que a mediodía se limitaban a tomar algo muy ligero, y por la mañana, tan sólo unos trozos de pan mojados en vino y acompañados a veces de algunos higos.
La base de la alimentación correspondía a los cereales, que en Atenas era preciso importar en gran cantidad, ya que, al aumentar su población con el desarrollo de la industria y el comercio, la ciudad fue muy pronto deficitaria en la producción de grano. Se consumía pan de trigo, pero lo más común, por su menor precio, eran las tortas de cebada. En cuanto a legumbres, abundaban las habas, y también las lentejas, con las que se hacía puré. Las aceitunas y los higos eran los frutos más baratos, y se comían también gran cantidad de cebollas y ajos. Las frutas frescas, con excepción de las uvas en la época de vendimia, escaseaban en la ciudad, consumiéndose más comúnmente las variedades secas de higos, nueces o uvas.
Las proteínas animales se tomaban del queso, y sobre todo, del pescado. Las sardinas y los boquerones eran las especies más baratas, aunque también se consumían mucho el atún, los moluscos y los calamares. La carne de cerdo parece haber sido la más asequible, pero el consumo de carne no era muy habitual en la ciudad, salvo en las casas acomodadas; era de hecho un manjar de excepción reservado a los días de fiesta. En el campo, la caza y la crianza de animales facilitaban el consumo de carne pero, en cambio, no se comía pescado, a no ser el procedente de los ríos. Tanto la carne como el pescado se preparaban alternativamente en forma de salazones o de ahumados.
Las especialidades culinarias más elaboradas parecen haber sido las de pastelería, que se hacían en las casas.
Además de agua, se bebía en las comidas leche, una mezcla de agua y miel denominada hidromiel, y vino; este último se rebajaba con agua.
Las comidas en común y los simposios.
Los individuos acomodados solían celebrar en sus casas banquetes, a los que invitaban a los amigos; son los llamados simposios, que entre las gentes cultas se convertían en verdaderas tertulias intelectuales.
En los simposios los comensales eran solamente hombres. Había una primera parte, el banquete propiamente dicho, en que se servían los manjares de más consistencia, Y una segunda, durante la cual se consumía el vino lentamente, picando de vez en cuando algún fruto fresco o seco, o bien algún dulce. En esta fase, que contaba con mayor número de asistentes, tenían lugar las tertulias, amenizadas por la música, la danza y las diversas atenciones de unas muchachas a las que se llevaba, a sueldo, para la ocasión. En el marco del simposio se desarrollaba también la pederastia, muy practicada por los griegos en general.
El simposio tenía un ceremonial complicado, que le confería gran solemnidad. En el vestíbulo de la casa los asistentes eran coronados con guirnaldas y flores, se descalzaban , y sus pies eran lavados por los esclavos domésticos. Después, una vez reclinados en los lechos, les presentaban una jofaina para que se lavaran las manos, lo que era muy necesario, ya que los griegos no utilizaban cubiertos para comer. El simposio comenzaba con una libación en honor de Dioniso, el dios del vino y de la bebida, al que se cantaba un himno. Un “rey del banquete”, designado al azar, se encargaba de dirigir todos los detalles de la sesión, pudiendo imponer a los desobedientes pequeños castigos que servían de divertimento para los demás.
Los anfitriones rivalizaban unos con otros para ofrecer a sus invitados la fiesta más atractiva, no sólo por la selección de los vinos y manjares, sin por la variedad y cantidad de números ejecutados por danzantes y músicos de ambos sexos, por la belleza de éstos, y también por la importancia y el ingenio de los propios invitados.

Bibliografía utilizada:
Así vivían en la Grecia Antigua. Raquel López Melero. Ed. Anaya, 2004.
La civilización griega. Arturo Pérez. Ed. Anaya, 2002.

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