27/5/13


Próxima reunión CL 
Viernes 21 Junio 2013

Las vírgenes suicidas
Jeffrey Eugenides 
En menos de un año y medio, las cinco hermanas Lisbon, adolescentes entre trece y diecisiete años, se suicidaron. Los jovencitos del barrio habían estado siempre fascinados por esas inalcanzables jóvenes en flor, atraídos por esa casa de densa femineidad enclaustrada, y las primeras muertes no hicieron sino ahondar el misterio y el espesor del deseo.

18:00
Biblioteca Gregori Mayans
C/Trafalgar, 34
46023 Valencia


El Viernes 24 de mayo, nos volvimos a reunir en la Biblioteca Gregori Mayans i Ciscar para comentar nuestra última lectura, Los restos del día del escritor británico Kazuo Ishiguro, nacido en Japón (Nagasaki, 1954).
Este escritor de novelas, relatos y guiones de cine y televisión, se trasladó a Londres con apenas 6 años, donde termina fijando su residencia.
Estudió en las universidades de Kent y de East Anglia. Publica su primera novela, Pálida luz en las colinas, en 1982.
En 1989, su tercera novela, Los restos del día (publicada en en España en 1992) fue galardonada con el Book Price, y llevada al cine por James Ivory en 1993.
La adaptación cinematográfica fue realizada por el mismo escritor, y se estrenó en España con el título Lo que queda del día 

El asunto de la novela es la historia de un típico mayordomo inglés de una gran mansión, que a lo largo de un viaje por Inglaterra va recordando los distintos pormenores de su experiencia laboral en una gran mansión que ha sido adquirida recientemente por un norteamericano.

Cuenta la historia del Sr. Stevens, un impecable mayordomo al servicio de Lord Darlington durante el periodo que separa a los dos grandes conflictos bélicos del s. XX. Como telón de fondo se asiste a importantes reuniones diplomáticas en las que se dilucida el futuro de Europa y del mundo.
Al final del viaje y de la novela el mayordomo se encuentra con la antigua Ama de llaves, a la que ha ido a buscar para contratarla de nuevo.

Es una lúcida y amarga reflexión sobre la vacuidad y esterilidad de tantas vidas humanas destinadas a "servir" a los demás, reflejadas en la narración de un típico mayordomo inglés que siempre ha relegado su propia persona y asuntos personales a un segundo plano, y no se ha planteado si estaba sirviendo a unos intereses al menos afines moralmente a su propia ética.

La fidelidad ciega, sin criterio, como una finalidad en si misma supone un fracaso como forma de vida.
La vida como "profesión de fe", servir a un jefe-dios conlleva la incapacidad afectiva, el ser incapaz de expresar los sentimientos íntimos.

A lo largo de toda la historia el personaje reflexiona sobre el tema de la dignidad, que en los nuevos tiempos parece evolucionar hacia la ironía y el doble sentido.
Parece sugerirnos el autor que, si bien antes de la Segunda Guerra Mundial las relaciones estaban basadas en un profundo sentido de la dignidad, y en el deber cumplido de las cosas bien hechas, a partir de la nueva escala de valores que se establece después de 1945 parece que predomina un fino sentido de la ironía. Los países ya no van a estar dirigidos por profesionales con un gran bagaje cultural sino por banqueros y empresarios, la nueva clase social dominante que adquiere las mansiones, las antiguedades y los mayordomos auténticos.

La estructura de la novela resulta ser bastante cercana a la de un guión cinematográfico.

La novela de Ishiguro está construida de forma muy cinematográfica. El libro se divide en un prólogo y seis capítulos que corresponden a seis días del presente en los cuales el mayordomo hace un viaje para encontrarse con la señorita Kenton. Ishiguro narra el recorrido en tiempo presente mientras el Sr. Stevens recuerda episodios de épocas pasadas. Esta estructura es perfectamente plasmable en flasbacks cinematográficos por lo que ayuda mucho a la construcción del guión. El autor de Los restos del día utiliza una narración fragmentada, una especie de suma de partes. Nos permite presenciar diferentes momentos muy concretos sin concatenarlos y sin relatarnos cómo se llegaba de uno al siguiente. El lector va conociendo formas de ser a través de esos retazos y se va formando su propia historia y su propia opinión a medida en que esos fragmentos se suman.

Los personajes principales son:

Stevens. Es el narrador de la historia, las reflexiones y recuerdos de su vida en la mansión Darlington Hall. Es el estereotipo de mayordomo inglés. Hace de una profesión una represión de todo lo que tenemos de humano, especialmente de las pasiones.
Es un personaje casi inhumano o mecánico. Sólo nos habla de su padre, su faceta profesional. No existe la madre, la que suele ser la mayor responsable de nuestra parte afectiva, la que desarrolla nuestras capacidades sentimentales.


Miss Kenton, es el Ama de llaves y el contrapunto del mayordomo. Se trata de un ama de llaves también de gran competencia y profesionalidad, pero que, por su carácter, se rebela ante la excesiva rigidez y aparente frialdad del mayordomo. En todo momento se mostrará más humana que él, y parece que su influencia va haciendo mella en el Sr. Stevens, pero éste siempre termina cortando toda posibilidad de un mayor acercamiento. Ella, al menos, corre el riesgo de la libertad, escapando de aquél lugar que parece asfixiar su existencia. Pero sobre todo, parece mantener siempre una lucidez moral superior.

Novela narrada en primera persona a través personaje principal. Ishiguro combina con maestría el tiempo presente en que discurre el viaje del mayordomo con el tiempo pasado recordado por el mismo.

La historia transcurre de manera pausada, al ritmo del viejo Ford del antiguo señor de la mansión.
Es muy importante el sentido de los silencios, que sirven para expresar todos esos sentimientos contenidos y reprimidos con la fuerza de lo ocultado.

Conclusiones y opiniones personales:

Es a la vez una terrible historia de amor y una sobrecogedora visión de la impotencia que siente un ser humano cuando alcanza a comprender que ha renunciado a su vida a cambio de haber cumplido con lo que creía que era su deber.

Tanto el mayordomo como el ama de llaves son dos personajes con un exacerbado sentido del deber (llevado al extremo en el caso del mayordomo), herméticos y sin vida personal.

Consigue manifestar torrentes de pasión a través de un silencio, una palabra no dicha, una mirada esquiva o una mano huérfana. Es la sublimación del subtexto.

La abdicación sentimental del protagonista en pos del deber engarza con la renuncia a la defensa de una ética individual en el terreno político del que es testigo directo. Una autonegación en ambas esferas que con la perspectiva del tiempo termina por hacer mella en su conciencia.

El drama de Stevens no es puramente afectivo, sino moral. Es el drama de una vocación al amor –que todos tenemos– amordazada por el hábito de guardar las apariencias, hábito que le está llevando no sólo al falseamiento de su vida, sino a lo que podríamos definir como una vida “malograda”. Stevens actúa mal por no tener una escala de valores clara (¿qué entiende por dignidad? ¿todo debe subordinarse al trabajo?) y por no vivir valores fundamentales como el amor filial (momento de la muerte de su padre), la lealtad (se avergüenza de haber servido a Lord Darlington) o la apertura a los demás (“por favor, no perturbe los momentos que tengo para mí mismo”). El viaje al oeste para entrevistarse con Miss Kenton se presenta como un intento fallido (demasiado tarde) de enmendar el error principal (que incluye todos los demás errores): no haber sabido amar. Por eso es muy significativa la respuesta que dará, durante el viaje, cuando es interpelado por asumir los errores de su señor: “En cierto modo –confiesa Stevens – cometí mi propio error, pero quizá todavía pueda rectificarlo, de hecho ahora estoy en camino de intentar hacerlo”.

En el último encuentro entre Stevens y Miss Kenton, dan un paseo por el muelle. Está anocheciendo y en un momento dado se encienden las luces. La gente aplaude, lo cual sorprende al Sr. Stevens, que le pide a ella una explicación. “He oído decir -le cuenta Miss Kenton- que para muchas personas la noche es el mejor momento del día, el que con más ansia esperan... ¿Qué es lo que Usted espera con más ansia. Sr. Stevens?”. La pregunta no puede ser más certera. La clave, tanto de la inteligencia emocional como de la inteligencia moral, es saber a dónde nos dirigimos: conocer el fin de nuestra vida, saber qué es lo que da sentido a todos nuestros actos y anhelarlo con todas nuestras fuerzas.