20/4/10

Quevedo y su tiempo: la Europa del siglo XVII

En términos generales, el siglo XVII constituye una época de crisis y estancamiento entre dos períodos de crecimiento, los siglos XVI y XVIII. Ahora bien, hubo cortos períodos de prosperidad y otros de tremendas crisis. Un siglo es un período muy largo y sería un grave error creer que todo estuvo dominado por crisis y catástrofes. Además, la Europa de esta época no constituía un mundo homogéneo. Resulta evidente la decadencia de España, Italia, los Países Bajos del Sur (actual Bélgica) y Alemania. Respecto a Inglaterra, fue un siglo de progreso efectivo, aunque lento. Es el siglo de máxima prosperidad para las Provincias Unidas de los Países Bajos, y es la época en la que emergen potencias como Suecia y Austria.
La sucesión de calamidades, pestes, guerras y malas cosechas en el siglo XVI propiciará un aumento de la intolerancia religiosa. Así, a finales del XVI se desencadenó una auténtica obsesión por la brujería (se culpa al diablo de todos los males) que, tanto en los países católicos como en los protestantes, desató una terrible represión que ocasionó tantas o más víctimas que las propias guerras de religión. De la misma manera, la crónica del siglo XVII está repleta de hambrunas, pestes y guerras.
En una sociedad basada en la agricultura, una mala cosecha tenía repercusiones en toda la economía. Al descender la producción agrícola, se producía el alza de los precios, y, por tanto, la subida del pan y de otros artículos de primera necesidad. Las principales víctimas eran los campesinos y las clases populares urbanas, que se veían abocados a la mendicidad.
El siglo XVII fue el último gran siglo de las pestes en Europa. Sin llegar a los extremos del siglo XIV (la peste negra), la enfermedad (esta vez casi siempre bubónica y no pulmonar) causó estragos.
Las guerras constituyen otro de los factores claves para explicar el descenso demográfico en Europa, no tanto por las bajas que causaban las batallas sino también por los saqueos y huida forzada de los campesinos de los escenarios bélicos.
Si el siglo XVI terminaba con una sucesión de pactos entre los países que parecía pondría fin a tanto conflicto, a partir de 1618-20 casi toda Europa se entregó a la guerra.

1618-1648 Guerra de los Treinta Años entre Austria (imperio), los príncipes alemanes, Bohemia, Dinamarca, Suecia, España, Francia y las Provincias Unidas.
1624-1630 guerras religiosas entre católicos y protestantes en Francia.
1638-1640 Guerra entre Escocia e Inglaterra.
1640 principio sublevación de Cataluña contra Castilla y de Portugal contra España.
1641-1646 Guerra civil en Inglaterra.
1645-1669 Guerra entre Venecia y los turcos por poseer Creta.
1648-1659 Guerra entre España y Francia.
1652-1654 Primera guerra entre Inglaterra y las Provincias Unidas.
1654 Guerra entre Rusia y Polonia.
1654-1660 Guerra entre Suecia y los países bálticos.
1665-1667 Segunda guerra entre Inglaterra y las Provincias Unidas.
1666-1668 Guerra de “Devolución” entre España y Francia (que conquista parte de Flandes).
1672-1678 Guerra entre Francia y las Provincias Unidas y Tercera guerra angloholandesa.
1680-1699 Guerra entre Austria y Turquía.
1697 Guerra de Suecia contra Dinamarca, Polonia y Rusia.

La multitud de frentes militares es impresionante. Algunas regiones de Europa se vieron arruinadas totalmente por la guerra; especialmente Alemania.
Hambres, pestes y guerras produjeron la ruina económica y un retroceso demográfico en Europa. Este retroceso se vio agravado por el retraso en la edad de los matrimonios, lo que provocó un descenso de las concepciones. Pero, natalidad y mortalidad no presentan los mismos rasgos entre las distintas clases sociales. Los más desfavorecidos, los campesinos y las clases populares urbanas, se hallaban más indefensos ante las catástrofes y, por lo general, tenían menos hijos que las clases acomodadas (aumenta la edad para el matrimonio y disminuye el número de hijos ilegítimos, unido al desarrollo de una mayor disciplina sexual).
Si el XVI fue un siglo de prosperidad económica y de brillantez para Italia, a pesar de las guerras, el siglo XVII fue sin duda alguna una época marcada por la depresión, al menos desde 1630, año en el que la peste provocó efectos devastadores en Milán, Mantua, Bolonia, Venecia, etc. Esta decadencia general afectó tanto a los dominios españoles italianos como a los estados independientes. En el reino de Nápoles y en Sicilia los virreyes españoles se apoyaron en los estamentos privilegiados (nobleza y clero) para afianzar su poder; fortalecieron el régimen señorial y construyeron una sociedad bloqueada. Sin embargo, la política española dio muestras de dinamismo en los tiempos del tercer duque de Osuna, que fue virrey de Sicilia, y luego de Nápoles, entre 1612-1620. Con el fin de atajar las enormes ganancias de los piratas, mandó construir una fuerte armada de galeras, supo incentivar a las tripulaciones y a los soldados con participaciones en los beneficios, y logró indiscutibles éxitos, mejorando, por otra parte, la seguridad de sus reinos. Pero, no recibió mucha ayuda de Madrid, debido a que su política belicista no gozaba del apoyo de los validos de la monarquía española (Lerma y Olivares), empeñados en mantener la paz en Italia, por lo que fue destituido, acusado de querer convertirse en rey de Nápoles.
Al margen de esto, Sicilia perdió el papel de proveedora de trigo para los países del mediterráneo (que había desempeñado en los siglos XV y XVI), disminuyó la producción de seda y caña de azúcar de Calabria, y se hundieron las industrias napolitanas. La depresión económica tuvo, además, un factor agravante: el producto de impuestos y tasas se transfería en su mayor parte a Madrid, y no se invertía en obras de interés local. Más o menos conscientes del sacrificio de sus intereses a la corona española, napolitanos y sicilianos aprovecharon cualquier oportunidad para alzarse en alborotos y revoluciones.
En cambio, en el N. de Italia el gobierno español no tuvo gran responsabilidad en el declive. Muchos de los grandes mercaderes e industriales del siglo XV se integraron en la clase feudal dominante en el siglo XVII. En Venecia sólo se mantuvieron ciertas industrias de lujo, como la del vidrio y las sederías, y el otrora estado más rico de Europa terminó el siglo con deudas impresionantes. No obstante, siguió siendo la ciudad del arte, de las diversiones y del juego, una eterna “ciudad-museo”, cuyo carnaval hizo de ella la gran “sala de fiestas” de la Europa de la época.
Génova, Milán, Venecia, Toscana, perdieron su poder e influencia después de la quiebra de sus banqueros y la pérdida de dinamismo de su industria y comercio.
Francia ofrece un proceso singular dentro del panorama europeo. Los treinta primeros años del siglo, a pesar de las crisis cíclicas, no presentan un balance negativo, el país logró salir de las guerras de religión e iniciar una recuperación. Pero, a partir de 1630, la guerra exterior, la presión fiscal sobre los campesinos y la crisis europea general abrieron un período de recesión económica. Solo se salvaron de la crisis las industrias de lujo que producían para la corte, la aristocracia y los hombres de negocios.
En el siglo XVII Francia presenta dos caras contrapuestas. Por un lado, padece todas las calamidades de la centuria: pestes, guerras, estancamiento demográfico y económico, revueltas populares. Por otro, vive su Grand Siècle, convirtiéndose durante el reinado de Luis XIV en la potencia más poderosa del continente.
A pesar de la crisis, la población francesa era la más numerosa del continente; por otra parte, en el siglo XVII era el estado mejor administrado de Europa (mientras que en el XVI lo eran los Países Bajos y Castilla). Así pues, la administración monárquica estaba en condiciones de recaudar importantes impuestos que permitieron al rey de Francia gozar de recursos financieros muy superiores para mantener una activa diplomacia, varias redes de espías e incluso subvencionar a otros países para que hicieran la guerra (Dinamarca y Suecia contra el Imperio en la Guerra de los Treinta Años, por ejemplo).
El aumento de las cargas fiscales, la creación de nuevos impuestos y el encarecimiento de los productos de primera necesidad fueron constantes en la Francia del Rey Sol. Este fue el tributo que la población tuvo que pagar por los triunfos militares de su soberano, y la causa del estallido de revueltas y agitaciones entre las clases populares rurales y urbanas.
Otra causa de malestar social fue la persecución a los protestantes, que terminó en una feroz represión institucional y su emigración hacia Suiza, Prusia, las Provincias Unidas e Inglaterra.
La Guerra de los Treinta Años asoló Europa entre 1618 y 1648. Tuvo un triple carácter: religioso, al enfrentar a protestantes y católicos; político, al oponer a numerosos príncipes alemanes y al Emperador; internacional, al desbordar el marco de los estados alemanes, implicando a muchos países europeos. En su primer período (español) se produjeron victorias de los Austrias católicos. Después, los períodos danés y sueco, con intervención final de Francia, supusieron el fin de la hegemonía española.
Los Tratados de Westfalia (1648) significaron un duro golpe para el Imperio austriaco y para la corona española. España reconoció la independencia de las Provincias Unidas. El emperador perdió el poder político en gran parte del Imperio y los príncipes alemanes obtuvieron una casi total independencia. La Paz de los Pirineos (1659), entre Francia y España, consolidó la hegemonía francesa en Europa. Asimismo, se acordó el matrimonio de Luis XIV con la hija de Felipe IV, María Teresa, que renunciaba a sus derechos sobre la corona española.
Inglaterra era una nación en fase de lento desarrollo económico y demográfico. Hay una extensión de las tierras de labor durante el XVII, a costa de los campesinos, que se vieron privados de las tierras y pastos comunales en beneficio de una oligarquía terrateniente, dueña de los enclosures o cercados, iniciado en tiempos de la dinastía Tudor. Los propietarios de las tierras cercaban sus campos y rompían con ello el sistema comunitario de la vieja Inglaterra; una vez terminada la cosecha, tampoco permitían el uso de sus pastos al ganado de los campesinos sin tierra, que, se veían obligados a emigrar a las ciudades, especialmente a Londres. Así, los propietarios ingleses pudieron aumentar la producción de cereales y ganado para abastecer la industria de paños y el creciente consumo de carne (por el crecimiento demográfico).
La industria inglesa se diversificó en el siglo XVII, a la pañería se unió la metalurgia (hierro, madera, carbón)
Durante la primera mitad del siglo XVII, Inglaterra desempeñó un papel internacional muy discreto y fracasó en las pocas empresas bélicas en las que participó. Sin embargo, fue durante esta época cuando los ingleses consiguieron crear colonias definitivas en Norteamérica: Virginia y Massachussets, New Hampshire (1624), Maryland (1632), Connecticut y Rhode Island (1636). Esto impulsó su progreso en el gran comercio marítimo, en el que fueron desplazando paulatinamente a los holandeses.
El imperialismo británico ya tenía sabor económico. A finales del siglo XVII y principios del XVIII, Inglaterra consiguió enclaves estratégicos en el Mediterráneo (Gibraltar, Menorca) y en el Atlántico.
En cuanto a Austria, durante más de un siglo la rama preponderante de la dinastía de los Habsburgo había sido la española, pero a partir de mediados del siglo XVII se impuso la rama austriaca y a ella correspondería el título imperial. Sin embargo, los Tratados de Westfalia, que pusieron fin a la Guerra de los Treinta Años, significaron un fracaso para el emperador, quien resultó expulsado prácticamente de Alemania, ya que no podía imponer su voluntad y su política a los príncipes alemanes. Así, a partir de 1637 (con Fernando III y Leopoldo I), la política austriaca se orientó preferentemente hacia el Danubio y la Europa Central.
En la segunda mitad del siglo XVII Austria mantuvo conflictos bélicos sobre todo con los turcos (para reconquistar Hungría), aunque también se enfrentó a Francia. Los Habsburgo intentaron germanizar los países que pasaron a formar parte de su monarquía (Bohemia, Moravia, Hungría), y crear una administración moderna y un sistema eficaz de recaudación de impuestos.
En la primera mitad del siglo XVII las Provincias Unidas viven la etapa más brillante de su historia. Convertidas en una potencia económica de primer orden, gracias al comercio marítimo y la banca, su auge se refleja también en el esplendor de su producción intelectual y artística. Desarrollaron la agricultura, gracias a los polders (sistemas de diques que permiten desecar grandes extensiones de terreno); también la actividad industrial alcanzó un nivel notable (la pañería de Leiden, lozas artísticas de Delft, talla de diamantes, etc.). La prosperidad económica coincidió con una expansión demográfica (hacia 1670, Holanda era la primera población de Europa cuya población urbana superaba a la rural).
Las reacciones ante la crisis: La sociedad y los pobres
Las crisis periódicas agravaron el empeoramiento de las condiciones de vida y los pobres llegaron a constituir una parte importante de la población, tanto en las zonas rurales como en los centros urbanos.
Frente a esta situación, la sociedad y los poderes públicos vacilaban entre dos actitudes: la asistencia y la represión, aunque en la mayoría de los casos se combinaban ambas. El catolicismo trentino (es decir, el basado en las doctrinas del Concilio de Trento), insistía en el papel de las buenas obras para la salvación eterna, y la caridad con los pobres era una. De este modo, en Portugal, España, Italia, Francia y Austria, predominaba la caridad reglamentada a favor de los pobres.
En los países del norte de Europa triunfó un criterio algo distinto; la sociedad quería ayudar a los pobres y salvarlos, pero existía cierta desconfianza hacia ellos, generada sobre todo por el calvinismo (que consideraba, sintetizando mucho, que la pobreza podía ser consecuencia de los vicios y la pereza). Por ello se impuso la idea de encerrar a los pobres para vigilarlos mejor, alejarlos de los vicios y obligarlos al trabajo, camino de salvación para los calvinistas.
La evasión artística: el Barroco
Según varios autores, el desarrollo del arte barroco, contemporáneo de la decadencia y de las graves crisis de finales del siglo XVI y del siglo XVII, fue en realidad una forma de contestación por la vía de la evasión; una huida, un rechazo de la realidad. El triunfo de la decoración más ostentosa sería una diversión, una ocultación de una realidad sombría, un deseo de engañar, de distraer, como si fuera preciso escapar de la dura realidad cotidiana para sobrevivir. Lo que da cierta viabilidad a esta tesis es que el Barroco se desarrolló en los países más castigados por la crisis, más comprometidos en el proceso de decadencia (Italia, España, Alemania, Europa Central), mientras que no cuajó en las Provincias Unidas, el país más próspero, y suscitó una fuerte oposición en la Francia de Luis XIV, que prefirió el retorno al orden clasicista, neoclásico (aunque su literatura, en la primera mitad del siglo XVII fuese de cuño barroco).
Pero, por otra parte, el Barroco no se puede entender sin considerar su conexión con la religión, especialmente con la Contrarreforma católica.
La reflexión sobre el mundo y la historia
La sucesión de las crisis y la conciencia de la decadencia en tantas naciones dieron mucho que pensar.
Quizá los pensadores políticos más importantes de la época hayan sido ingleses: Hobbes, John Locke.
Otros, prescindiendo de la actualidad, se preocuparon por el conocimiento del universo y de sus leyes: el pisano Galileo; el francés, René Descartes, refugiado en Holanda en 1629 para poder pensar con libertad y luego en Suecia (1649), impuso, en su obra El discurso del método, la duda metódica como criterio del pensamiento filosófico y científico; Isaac Newton (1642-1727).
El enorme alcance de los descubrimientos científicos ha llevado a varios historiadores a afirmar que el siglo XVII, a pesar de la sucesión de desastres y catástrofes que lo jalonan y de la melancolía en que sumió a generaciones enteras, especialmente las de mediados de siglo, fue una etapa capital para la Humanidad, ya que supuso una revolución intelectual que permitió pensar y describir la Naturaleza según un lenguaje matemático. Para algunos, este siglo, frente a lo que se suele opinar, bien pudo ser más innovador que el brillante siglo XVIII.

La mujer
El concepto de la mujer y, en consecuencia, su papel social, sufrió una importante modificación en estos siglos.
En los últimos tramos de la Edad Media se cerró una etapa caracterizada por la misoginia y con la llegada del siglo XVI se establecieron nuevas pautas, cuya raíz hay que buscar en el humanismo cristiano propugnado por Erasmo de Rotterdam, que dieron forma a un nuevo concepto de lo femenino. La mujer en este nuevo panorama tuvo tres funciones básicas: ordenar el trabajo doméstico, perpetuar la especie humana y satisfacer las necesidades activas del varón. Estas funciones se realizaban en el matrimonio. El matrimonio se consideraba un fin y la mujer un objeto que el hombre sometía a su voluntad. Para llegar al matrimonio la mujer había de aportar una dote, cuyo valor variaba en función de la condición social de la desposada. Por este sistema la mujer pasaba de estar sometida a la autoridad del padre a acatar la del marido. Este planteamiento era el de los moralistas, que buscaban un ideal, pero tenemos abundantes testimonios de que en la vida real se producían muchos casos que se desviaban de esta pauta.
Las directrices del Concilio de Trento hicieron hincapié en la condena de las relaciones prematrimoniales y en la nulidad de los matrimonios clandestinos, lo que es claro indicio de su existencia. Además, numerosas referencias señalan que las normas de recato, obediencia, sacrificio, modestia, maternidad estaban muy lejos de la realidad de las españolas en el siglo XVII. Por todas partes se ponderaba la libertad de que gozaban las mujeres, o que era fuente de pendencias continuas.
El trabajo
El honor y la honra, junto a la religiosidad, constituyeron los pilares básicos de la mentalidad de los españoles del siglo XVII, y para gozar de honor y honra había que huir del trabajo o cuando menos de ciertos trabajos. Los oficios mecánicos, es decir, aquellos que requerían de una actividad manual, eran rechazados, hasta el punto de considerárselos viles (por el contrario, la agricultura nunca manchó la honra de los que la practicaron).
Trabajar no constituía para los españoles un fin –como ya empezaba a serlo para otros pueblos del occidente europeo-, sino un medio. Si para la Europa protestante el trabajo (y el obtener beneficios de él) santificaba, para los españoles era prácticamente una maldición bíblica.
El modo de vida noble era la aspiración de todos y ello suponía holganza, aunque la misma significase miseria. La expresión pobre pero honrado constituyó todo un lema de aquella sociedad y la honra no sólo venia dada por tener “sangre limpia”, sino por que no se ejerciesen oficios viles, ni entre los antepasados tampoco se encontrase alguno que los hubiese practicado.

España: Cronología

1517 Comienza el reinado de Carlos I
1519 Carlos I emperador de Alemania como Carlos V
Establecimiento del Correo español
1545 Concilio de Trento
1554 Carlos I cede Nápoles y Milán a su hijo Felipe II, por su boda con María Tudor
Sale a la luz la primera novela picaresca española, La vida del Lazarillo de Tormes
1556 Carlos I abdica en Bruselas. Comienza el reinado de Felipe II
1558 Primera bancarrota española
1563 Segunda bancarrota española
1574 Tercera bancarrota española
1580 Felipe II es proclamado rey de Portugal
1596 Cuarta bancarrota española
1598 Muere Felipe II, le sucede su hijo Felipe III. Valimiento del Duque de Lerma
1609 Expulsión de los moriscos
1621 Muere Felipe III, comienza el reinado de Felipe IV, con su valido el conde-duque de Olivares
1635 Francia declara la guerra a España, interviniendo directamente en la Guerra de los Treinta Años.
1640 Sublevación de Portugal y Cataluña
1641 Fallida conspiración separatista en Andalucía, instigada por el duque de Medina-Sidonia
1648 Paz de Westfalia, que pone fin a la Guerra de los Treinta Años, pero continúa la guerra contra Francia. España reconoce la independencia de los Países Bajos
1659 Paz de los Pirineos. España reconoce la supremacía francesa
Aparece la Gaceta de Madrid, que con el tiempo se convertirá en el BOE
1665 Muere Felipe IV y comienza el reinado de Carlos II

Bibliografía
Así vivían en el Siglo de Oro
. José Calvo. Ed. Anaya, 2001.
La Europa del siglo XVII. Bartolomé Bennassar. Ed. Anaya, 2001.

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