23/2/10

Convocatoria 2ª sesión Sábado 27 de febrero 2010 a las 12:00

Convocatoria a la 2ª sesión del Club de Lectura "La Torre"
Os espero a todos el sábado 27 de febrero, a las 12 h. en la Btca. Joan Churat i Saurí, para comentar la última lectura, los Poemas de Ben Sahl de Sevilla.
rocío
Texto y contexto "Poemas" de Ben Sahl de Sevilla
Debemos recordar que Ben Sahl nació en 1212 y murió en 1251, por tanto, le tocó vivir el final de la historia de Al-Andalus, y el avance cristiano.
1212 fue el año de la batalla de las Navas de Tolosa, y Sevilla fue ocupada por los cristianos en 1248.
Al-Andalus (s. VIII-XV)
Al-Andalus es el nombre con el que se conoce al estado musulmán implantado por los árabes tras su invasión de la Península a principios del siglo VIII, y que perduró durante casi ochocientos años hasta la unificación de España por los Reyes Católicos en el siglo XV.

Se llama hispanomusulmanes a los habitantes de la España musulmana, o Al-Andalus, que profesaban la religión de Mahoma. Aunque había entre ellos quienes descendían de árabes y bereberes, venidos a la Península durante la conquista o posteriormente, muchos otros eran de origen hispanogodo, convertidos al Islam.

Pero en Al-Andalus vivían también cristianos –a quienes se llamaba mozárabes porque imitaban las costumbres de los musulmanes- y judíos. La España musulmana fue, así, un país donde tres religiones –musulmana, judía y cristiana- convivieron pacíficamente.

En cierta medida, la civilización de Al-Andalus fue el resultado de las influencias mutuas entre estos tres grupos. Gracias a los numerosos conocimientos recibidos de los árabes orientales (y que éstos habían recogido, a su vez, de bizantinos, persas, hindúes y chinos), Al-Andalus fue, en su tiempo, el mayor foco de cultura de Europa. Los sabios hispanomusulmanes divulgaron la filosofía de la antigua Grecia, abrieron nuevos rumbos marítimos con la brújula, enseñaron la numeración india con el sistema decimal, idearon nuevos métodos de irrigación para los campos, fabricaron papel para sus libros de ciencia.

La huella de Al-Andalus está todavía presente en muchas costumbres españolas, en la arquitectura y en la lengua castellana.

La decadencia del Reino visigodo.
Al iniciarse el siglo VIII, el Reino visigodo, cuya capital era Toledo, estaba sumido en una crisis política y social provocada por el empobrecimiento de la economía, las frecuentes sequías, el hambre de las clases más desfavorecidas, el desprestigio creciente de sus monarcas y la rivalidad entre la nobleza.

Una de las causas principales de la caída del Reino visigodo fue el carácter electivo de la monarquía, que impulsó a luchar por el trono a las principales familias nobles. La cohesión interna del Estado fue desmoronándose, hasta acabar en una inevitable guerra civil, de la que se aprovecharon los musulmanes, llamados para apoyar con sus armas a una de las facciones.

Invasión de los árabes y el Califato Omeya.
Los nuevos gobernantes musulmanes, que establecieron su capital en Córdoba (719), pactaron con los nobles godos que les habían ayudado a entrar en la Península, respetando sus posesiones y privilegios. Aunque el Islam pasó a ser la religión oficial del nuevo Estado, llamado Al-Andalus, no se obligó a nadie a convertirse. Por el contrario, se permitió a cristianos y judíos practicar sus religiones, e incluso los musulmanes compartieron las iglesias con los cristianos antes de edificar sus propias mezquitas.

Al-Andalus continuó siendo una provincia del Imperio islámico hasta que Abderramán I (756), único superviviente de la dinastía derrocada de los Omeyas, llegó a Córdoba, se proclamó emir y declaró al país Reino musulmán independiente. Se iniciaba sí el período del Emirato Omeya, durante el cual los sucesivos emires hicieron de Al-Andalus el país más adelantado del Occidente, mejoraron su economía, su agricultura y su industria, y la convirtieron en un foco de cultura.

Casi dos siglos después, Abderraman III (912) se proclamó califa de los hispanomusulmanes (929), dando comienzo al Califato de Córdoba. Bajo su reinado, la España musulmana llegó a su máxima expansión, cubriendo las tres cuartas partes de la Península y anexionándose Tánger y algunas zonas del Magreb. La espléndida corte de los califas, donde brillaron las ciencias y las artes, fue trasladada a una ciudadela edificada al norte de Córdoba, la famosa Medina Azahara.

Almorávides, Taifas y Almohades.
A la muerte de Almanzor (1002), ministro del califa Hishem II, al-Andalus entró en un período de inestabilidad política, que acabó con la caída del califato y de la monarquía Omeya. La España musulmana se dividió en una veintena de pequeños reinos, llamados Taifas. Las rivalidades entre éstos permitió a los reyes cristianos avanzar en su reconquista. Los hispanomusulmanes solicitaron ayuda a los almorávides (al sur del actual Marruecos), que se enfrentaron con éxito a los cristianos, pero destronaron a los reyes de Taifas, convirtiendo Al-Andalus en una provincia del reino almorávide (1086).

Los almorávides, que habían llevado una vida sobria en la Berberia, se entregaron en Al-Andalus a la vida de lujo y placeres que habían arrebatado a los reyes de Taifas. Aprovechando su decadencia, otra dinastía africana bereber, los almohades, conquistó sus posesiones en Marruecos, mientras los almorávides eran destronados en Al-Andalus. Después de otro corto período de reinos de Taifas, los almohades invadieron la Península a mediados del siglo XII (1146), gobernándola hasta la derrota en las Navas de Tolosa (1212, año de nacimiento de Ben Sahl) frente a las tropas aliadas de Castilla, Aragón y Navarra.

La derrota de los almohades en Las Navas de Tolosa (1212) señaló el comienzo del declive musulmán. Por tercera, y última vez, Al-Andalus se dividió en varios reinos de Taifas. Aprovechándose de las luchas internas avanzaron los reinos cristianos. Acorralado, el Reino Nasrí de Granada sobrevivió durante casi dos siglos y medio, gracias a la protección natural que le ofrecían las sierras a su alrededor. Pero acabó como estado vasallo de Castilla, y tuvo al fin que rendirse a los Reyes Católicos, cerrando así la historia de casi ocho siglos de la España musulmana (1492).

El avance cristiano.
La colaboración de los monarcas cristianos en Las Navas de Tolosa representó el fin del poder musulmán en la Península, al mismo tiempo que supuso nuevas orientaciones en los reinos hispánicos: castilla y León iniciaron la marcha hacia el Estrecho; Navarra orientó su política hacia Francia, al impedirle castellanos y aragoneses la expansión hacia el sur; Portugal se volcó en el Atlántico, y la corona de Aragón emprendió su expansión por el Mediterráneo.

Las tentativas castellanoleonesas para poner fin a las discordias entre los dos reinos culminaron en el matrimonio, celebrado en 1197, entre Berenguela de Castilla y Alfonso IX de León, de cuya unión nació Fernando III, rey de Castilla desde 1217 y de León a la muerte de su padre en 1230. Fernando supo alternar la diplomacia y las armas para imponer su autoridad en ambos reinos, vencer la oposición interior de algunos nobles y extender las fronteras del reino unificado hasta Murcia y gran parte de Andalucía. Fragmentado el reino almohade, en 1224, Fernando desarrolló una política de alianzas con los distintos reinos musulmanes, apoyando a unos en contra de otros, a cambio de la entrega de numerosos castillos y de grandes sumas de dinero; esta política le permitió, en una segunda fase, ocupar los reinos de Córdoba (1236), Jaén (1238), Murcia (1242) y Sevilla (1248). Sin embargo, el reino de Granada pervivió gracias a la colaboración de su monarca con el rey castellano.

Los efectos económicos y sociales de la conquista cristiana, y de la subsiguiente repoblación, fueron múltiples y complejos. En Castilla y León, para marchar a las zonas ocupadas, los campesinos malvendieron o abandonaron sin más sus tierras, facilitando así la concentración de éstas en pocas manos y la creación de latifundios, que surgieron igualmente, con mayor importancia y extensión, en Andalucía, aunque en esta zona fueron creados y favorecidos por los reyes al pagar mediante donaciones de tierras los servicios prestados en la conquista por militares, nobles, obispos y Órdenes Militares.

El dominio de Sevilla y de su comarca permitió la apertura del Mediterráneo occidental a la navegación europea, lo que obligó a Castilla a crear una flota capaz de mantener defendida la costa y de impedir o dificultar el paso de nuevos invasores africanos. Por otro lado, dicha apertura y el menor coste del transporte marítimo contribuyeron a que se abandonaran o perdieran importancia las rutas terrestres que unían el Atlántico con el Mediterráneo, Flandes con Italia. Sevilla y Lisboa fueron puntos centrales, núcleos en los que convergían los productos mediterráneos negociados y transportado por los italianos, genoveses principalmente, y los artículos ingleses, flamencos y franceses.

La introducción de este comercio provocó un cambio de mentalidad, de graves repercusiones económicas y sociales: la tierra, símbolo de la riqueza y del poder en épocas anteriores, cedió su puesto a los objetos suntuarios; se consideraba más rico el que más joyas y vestidos lujosos tenía, y todos, grandes y pequeños, nobles y plebeyos, rivalizaban en la ostentación de la riqueza, sin que pudieran impedirlo las prohibiciones reales, efectuadas en las Cortes castellanas de 1258 y 1268 y en las portuguesas de 1254; en ellas se pretendió reducir el gasto y evitar la confusión externa entre los distintos grupos sociales: determinados paños, calzado o adornos sólo podrían ser utilizados por los nobles o por la jerarquía eclesiástica, no por los escuderos, los simples clérigos o los burgueses enriquecidos gracias a las actividades comerciales.

BIBLIOGRAFÍA.-

Así vivían en Al-Andalus. Jesús Graus. Ed. Anaya, 2003.
Al-Andalus. Los Omeyas. Daniel Cuñat. Ed. Anaya, 1991.
La expansión del Islam. María Isabel Varela y Ángeles Llaneza. Ed. Anaya, 2001.
La Edad Media en España. El predominio musulmán. José Luís Martín. Ed. Anaya, 1995.
La Edad Media en España. El predominio cristiano. José Luís Martín. Ed. Anaya, 1995.

12/2/10

Ultima hora: esta tarde VEO en la Estación del N. Próxima estación: tierra de nadie.

Hola,
si alguno está conectado, esta tarde a las 19:45 y luego, a las 21:30 hacen esta obra un grupo holandés.
No hay escenario, actores, ni diferencia aparente entre el transcurso de la vida contidiana en el espacio público y la representación teatral.
El creador de esta obra, Dries Verhoeven fue premiado en el Festival Internacional de Salzburgo 2009.
En Tierra de nadie (No man's land) cada espectador tiene su propio guía para sacarle de su mundo habitual. No son intérpretes profesionales, sino refugiados políticos regularizados en España, Holanda y Alemania.

Estación del Norte RENFE
Días: 12, 13, 14, 15, 16 y 17
Funciones: 17.30, 19.45 y 21.30 h.
Sábados y domingos función extra a las 15.45 h.
Duración: 1 h. 10 min.
*Itinerario a pie.
Se recomienda calzado cómodo, abrigo y paraguas.

9/2/10

7 de febrero 2010 Salida al teatro

Las sillas de Eugene Ionesco en el TEM de El Cabañal

Algunos miembros del Club fuimos el domingo 7 de febrero a la obra de Ionesco.
Qué os pareció? Alguno se atreve a hacer una crítica?
Le dedicaremos unos minutos en la próxima reunión del Club.
Por favor, id contestando la encuesta sobre el cambio de día de la reunión. Es importante. Algunos ya lo han hecho. No os interesa saber cómo queda?

1ª SESIÓN 2010 CLUB DE LECTURA La Torre

Día: viernes 26 de enero de 2010
Hora: 18:30
Número de asistentes: 1 hombre y 11 mujeres.
Lugar: Btca. Joan Churat i Saurí
Lectura: El banquete. Platón.

Primero.- La reunión empezó con una breve introducción a la biografía del autor y su obra, por la Técnico de la Biblioteca.

Segundo.- Seguidamente, se pasó a comentar los aspectos más destacados de la obra.

1.-Localización. Es un diálogo platónico compuesto hacia 380 a.C. que versa sobre el amor. Por tanto, pertenece a su época de madurez o diálogos críticos.
Se empezó tratando de entender la pieza dentro de su tiempo y época, gracias a la introducción realizada por una de las miembros del club, que esbozó unos trazos de la sociedad ateniense del siglo IV a. C.
2.- Asunto. La narración se sitúa en el banquete organizado por el poeta trágico Agatón para celebrar su victoria en las fiestas Leneas del 416 a.C. Tras la comida, se propone que cada uno de los invitados improvise un elogio a Eros pues, siendo éste dios uno de los más importantes, rara vez es encomiado como mereciera
3.- Tema. El Amor, como dios o como idea. A través de los distintos discursos de los invitados al banquete, el autor intenta aproximarse a la naturaleza del amor, para definirlo y explicarlo.
4.- Estructura. Comienza con una introducción, mediante dos personajes que conversan sobre lo que se dijo en “el banquete”, para trasladarnos a ese momento pasado y referirnos lo que se habló, por boca de los propios autores de los discursos.
El primer discurso es el de Fedro, que hace un encendido elogio del amor: “Así pues, lo que sostengo es que el Amor no sólo es el más antiguo de los dioses y el de mayor dignidad, sino también el más eficaz para que los hombres, tanto vivos como muertos, consigan virtud y felicidad.”
Aquí se comentó cómo todos los actos realizados por amor están dotados de un elemento de belleza en sí, por ridículos o maliciosos que resultaran los mismos actos si no estuvieran movidos por este “virtuoso sentimiento”.
Tras él, el sofista Pausanias habla de la doble naturaleza del amor, distinguiendo entre uno vulgar y otro que aspira a lo bello y lo bueno.
Eríximaco, el tercero en hablar, propone una visión algo más científica, entendiendo el amor como un principio fundamental que, junto al odio, domina a la naturaleza y al hombre.
Sigue entonces el discurso de Aristófanes, que relata el famoso mito según el cual hubo un tiempo en que la tierra estaba habitada por personas esféricas con dos caras, cuatro piernas y cuatro brazos. Tres sexos existían entonces: el masculino, descendiente del sol, el femenino, descendiente de la tierra y el andrógino, descendiente de la luna, que participaba de ambos. La arrogancia de estos seres provocó la ira de Zeus que para someterlos los dividió, convirtiéndolos en seres incompletos y condenándolos a anhelar siempre la unión con su mitad perdida. Las tres formas del amor sexual quedan así explicadas: los heterosexuales son descendientes de seres andróginos y los homosexuales provienen de seres completamente masculinos o femeninos.
Tras el bello discurso de Aristófanes, habla Agatón, que hace una bella y poética apología.
Por último, Sócrates expone su teoría del amor: fiel a su estilo, empieza planteando la cuestión de forma dialéctica, haciendo una serie de preguntas a Agatón (que habló antes que él), para conducirlo a su punto de vista, por la lógica de sus respuestas.
Al final, entra Alcibíades, que forma un curioso triángulo amoroso con Sócrates y Agatón. Como la ronda de discursos sobre el amor ha terminado, se le encarga comenzar una ronda de elogios del personaje que quede a su derecha. De esta manera, el debe empezar alabando a Sócrates, lo que permite terminar la obra con una apología del maestro de Platón, si bien algo irónica (al estilo socrático), pues Alcibíades ha sido desdeñado en su amor a Sócrates.
En cuanto al discurso de Sócrates, se comentó lo curioso que resulta que sus palabras sean el resumen de una conversación que mantuvo un día con una sabia sacerdotisa. A este respecto se comentó que, tal vez, el autor trata de liberarse de la responsabilidad de su discurso, poniendo su teoría en boca de una tercera persona. De esta manera, se puede permitir una mayor trasgresión y hablar con mayor libertad de los dioses, desmitificándolos. Pues, según él, el amor es mitad dios y mitad mortal, a medio camino entre ambos, es un mediador, “genio o demonio”.
5.- Personajes. Los personajes representan distintas profesiones y puntos de vista ante la vida, si bien todos se encuentran dentro de la sociedad anteniense, por su nacimiento o méritos propios. Son ciudadanos griegos, que se reunían en esta especie de tertulias tras un banquete ofrecido por un personaje ilustre.
Son personajes históricos, entre los que existen unas relaciones personales anteriores.
6.- Forma. Diálogo crítico entre diversos personajes históricos, pertenecientes a distintas profesiones, que aportan su punto de vista sobre el tema del amor: un médico, un poeta, un filósofo, un político…
Un personaje cuenta a otro lo que otro le contó de lo que se habló en “el banquete”. Esto permite al autor omitir lo innecesario (no se recuerda) y resaltar lo relevante, lo que aligera la narración.
El autor utiliza un lenguaje culto, con frases más largas de a lo que está habituado el lector del siglo XXI, lo que requiere un mayor esfuerzo de concentración para no perder el significado del discurso.
7.- Conclusiones. Sócrates nos demuestra que el Amor es un deseo, y que todo deseo es de la posesión de lo que no se tiene. Por tanto, si es Amor de los seres bellos, y todo lo bello es bueno, el Amor carece de bondad y de belleza, y por eso aspira a poseerlas. Si llegados a este punto, el Amor pudiera parecer feo y malo, la “revelación” de Diotima de Mantinea nos hace comprender que es algo intermedio entre la belleza y la fealdad, entre bondad y maldad, de la misma manera que es la correcta opinión algo intermedio entre la sabiduría y la ignorancia. Y esto lo expresa a través del mito que narra como el Amor es concebido entre Poro (el recurso) y Penía (la pobreza).
Por otra parte, todo amor es el amor de algo, y ese algo no es sino la posesión de un bien que da la felicidad. Según esto “todo deseo de las cosas buenas y de ser feliz es amor”. A su vez, este deseo no es sino un ansia de inmortalidad, la “procreación en la belleza tanto según el cuerpo como según el alma”.
Según la descripción de Diotima, referida por Sócrates, quienes aman buscan algo que sin embargo aún no entienden; se den cuenta o no, buscan la posesión eterna del bien y sólo pueden alcanzarla por medio de algún tipo de actividad productiva.
El amor físico perpetúa la especie y permite obtener una forma inferior de inmortalidad frente a la que alcanzan quienes gobiernan ciudades y moldean las características morales de las futuras generaciones.
Comenzando por la atracción por la belleza del cuerpo de una persona, se desarrolla gradualmente la estima por la belleza presente en todos los demás cuerpos hermosos; entonces el reconocimiento de la belleza en las almas de la gente lleva a una vinculación más estrecha con la belleza de las costumbres, leyes y sistemas de gobierno. Este proceso de crecimiento emocional y profundización de la comprensión culmina eventualmente en el descubrimiento de la belleza eterna e inmutable, de la Belleza misma.
8.- Opiniones personales. Finalmente, se trató de compartir las impresiones personales que habían provocado la lectura propuesta.
Se planteó la pregunta de si a través de los distintos discursos el autor llegaba a alguna conclusión sobre el tema del Amor.
Algunos miembros opinaron que la humanidad no parecía haber avanzado mucho desde el siglo IV a.C en estos temas, y opinaban de una manera bastante negativa al referirse a la civilización occidental.
Otros pensaban, sin embargo, que no se podía considerar un fracaso de la sociedad el no haber llegado todavía a una idea clara y concreta sobre temas como el Amor, y que lo importante era el tiempo que se perdía pensando en el Amor; porque enfocándolo de una manera práctica, como los socráticos, quien piensa en el Amor, actuará movido por bellos ideales y cosas buenas. Pero, lamentablemente, se destina muy poco tiempo en la actualidad a hablar sobre estos temas; y, en este aspecto, tal vez sí sea una sociedad más ignorante la que se ocupa nada más que de los aspectos materiales, y no de la contemplación o el crecimiento espiritual.

Tercero.- Para terminar la reunión se repartió la siguiente lectura, “Poemas” de Ben Sahl de Sevilla, y se emplazó a los miembros para la siguiente reunión.

Valencia, 26 de enero de 2010.

8/2/10

Texto y contexto de El Banquete

Para refrescar las ideas, este es un pequeño acercamiento al contexto histórico de Platón y El Banquete.

Así vivían en la Grecia Antigua
La Hélade
Cuando hoy hablamos de Grecia nos referimos a un país situado en el Mediterráneo oriental que comprende una parte continental y una gran cantidad de islas de muy diverso tamaño, que se extienden por el Mar Jónico y, sobre todo, por el Egeo. Salvo algunas zonas del norte, todas estas tierras fueron escenario en mayor o menor medida de la antigua civilización griega.
Pero sería un error identificar esta Grecia actual con los griegos de la Antigüedad. Primero, porque aquellos nunca constituyeron un estado unificado como el de hoy, y también porque el mundo griego era mucho más amplio: a partir del siglo VIII a.C estaba constituido por una suma de poleis (polis en singular) o pequeños estados independientes que, además de la zona correspondiente a la Grecia actual, jalonaban las costas medierráneas de Turquía, norte de África (Egipto y Libia), Sicilia y el sur de Italia (la llamada Magna Grecia), e incluso el sur de Francia y la costa levantina de España.
Cada polis (ciudad-estado) tenía sus terrenos agrícolas y de pastoreo o de bosque, así como salida al mar. Los contactos marítimos eran más recuentes que las comunicaciones terrestres (más difíciles).
Aunque la polis constituía su marco y su ideal, todos tenían clara su pertenencia a una comunidad diferente de la de los bárbaros, nombre que daban a los extranjeros.
Nunca se llamaron a sí mismos griegos (la palabra es de origen romano), sino helenos, y en época micénica y homérica, aqueos.
La literatura helena es una de las más completas de la historia de la Humanidad, y ello a pesar de las obras que se han perdido.
En el siglo VI a.C. nace la filosofía, entonces unida a las matemáticas, la geometría, la astronomía y la ciencia en general. De hecho, los primeros filósofos conocidos, Tales de Mileto y Pitágoras de Samos, son más conocidos por su aportación a las matemáticas. Aunque se produjeron hallazgos notables, los griegos no concibieron nunca una aplicación práctica de sus especulaciones científicas. Llegaron a inventar una especie de “máquina de vapor”, pero no se preocuparon por buscarle un uso práctico.
Las dos ciudades-estado más significativas (y antagónicas) de la época clásica (siglos V y IV a.C.) son Esparta y Atenas.
Esparta (también llamada Lacedemonia o Laconia) es un caso singular entre las poleis griegas a causa de su militarismo, el cual constituye la base de su organización social y política. Parece que las causas hay que buscarlas en su peculiar manera de solucionar su “falta de tierras” ante el aumento demográfico.
Atenas, en la península de Ática, que no es ni era una de las zonas más favorecidas de la Grecia continental. En los primeros siglos de su historia no sobresalió entre las poleis contemporáneas. Sin embargo, en un momento dado se convirtió en la primera de las poleis. Esta culminación de su evolución política se vio acompañada de un gran momento económico y sobre todo literario y artístico como raras veces se ha producido en la historia. Nuestra cultura occidental no podría explicarse sin esta extraordinaria aportación ateniense.
Las excavaciones en la Acrópolis de Atenas evidenciaron que en el lugar hubo un asentamiento micénico. Aristóteles, que escribió en el s. IV a. C. la Constitución de Atenas, cuenta como se unieron diversas aldeas del Ática en una polis que se llamó Atenas (nombre en plural de la patrona, Atena o Atenea) en el siglo XIII A. C. La realidad es que se hizo más tarde, como en el resto de la Hélade.
Atenas tenía un sistema de gobierno monárquico, sustituido en la primera mitad del siglo VII por un régimen aristocrático: los nobles terratenientes, a través del Areópago elegían a los arcontes o supremos magistrados. Los demiurgos (pequeños campesinos libres, artesanos y comerciantes), y los georgoi (trabajadores del campo), ambos ciudadanos, estaban supeditados a ellos. Por supuesto, los esclavos no contaban y carecían de derechos.
Más adelante, ya en el siglo VI a.C. el arconte Solón dividió a los ciudadanos en cuatro grupos, según la riqueza (expresada en medimnos o medidas de trigo). Tras Solón se desarrolló una etapa de anarquía, que terminó con la tiranía de Pisístrato (547 a.C.). Paradójicamente, la tiranía de Pisístrato supuso un allanamiento en el camino hacia la democracia. Aumentó la producción de aceite y vino, y se incrementó el comercio, garantizándose el suministro de trigo de Ucrania. Fue inusualmente benévolo con sus enemigos y protegió a los más pobres, especialmente a los campesinos. Con él comenzó verdaderamente Atenas a ser una polis importante: construcción de un templo de Atenea (el primitivo Partenón), y la institución de las fiestas Panateneas y Dionisias. También hizo escribir los poemas, transmitidos oralmente hasta entonces, La Ilíada y La Odisea.
Dos años después de su muerte, Clístenes realizó una serie de reformas que prácticamente significaron la instauración de la democracia. Estas consistían básicamente en la creación de diez nuevas tribus con carácter territorial frente a las cuatro tradicionales que se basaban en lazos de sangre y parentesco, y de una Boulé, el Consejo, de quinientos miembros, que se convirtió en el órgano constitucional más importante al preparar las sesiones de la Ecclesia o asamblea (a ambas podían pertenecer todos los ciudadanos). Con ello quedó instaurada la isonomia, es decir, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Para garantizar el buen funcionamiento de la democracia y evitar los intentos de poder personal, instituyó el ostracismo: consistía en la posiblilidad de enviar al exilio por diez años a cualquier sospechoso de atentar contra el orden constituido, por medio de una votación anual en la asamblea.
La democracia quedaba, pues, asentada.
Después vino el período de las Guerras Médicas contra la expansión de los persas (hacia el año 500 a.C.). Las ciudades griegas formaron un frente común contra el invasor, pero aún así los persas consiguieron entrar en Atenas y la destruyeron. Finalmente, los griegos vencieron a los persas, que abandonaron Grecia (c.480 a.C.).
A partir del 461 a.C. comienza “el siglo de oro ateniense”, con Pericles, que rigió como primer magistrado durante varios años. A él se le considera el culminador de la democracia ateniense. Pero, se trataba de una democracia que sólo afectaba a los ciudadanos, tanto ricos como pobres; pero, éstos eran sólo una parte, y no la más numerosa, de la población. Si no se era por nacimiento (hijo de padre y madre atenienses), era muy difícil acceder a la ciudadanía.
A pesar de la dificultad que representa hacer un estudio demográfico, algunos historiadores han calculado en 40.000 el número de ciudadanos para la Atenas de esta época, sobre una población algo mayor de 300.000 habitantes. Aunque había ricos, la mayoría eran pequeños propietarios de tierras, jornaleros y artesanos.
Junto a estos ciudadanos había un grupo muy activo con derechos limitados, los metecos o extranjeros (más de 70.000). Eran libres, y generalmente griegos nacidos en otras ciudades, que preferentemente se dedicaban al comercio y a la industria (no podían poseer tierras) y vivían sobre todo en el Pireo. No podían votar ni participar en las instituciones del estado. Aristóteles era meteco.
El grupo más numeroso era el de los esclavos (unos 115.000). Aunque protegidos, carecían de todos los derechos políticos. Rara era la familia que no poseía al menos un par. Podían llegar a comprar su libertad con su trabajo y pasar a la categoría de metecos (la mayoría de los esclavos no eran griegos).
Las mujeres, por muy hijas y esposas de ciudadanos que fueran, tampoco podían intervenir en los organismos públicos ni votar.
La mujer rica permanecía en casa recluida en el gineceo y no participaba en fiestas, banquetes o actos públicos. Pero, la inmensa mayoría trabajaba (vendedoras, nodrizas, comadronas…). Un caso aparte constituían las bailarinas, músicas y prostitutas, mal consideradas, pero con un grado superior de libertad al común de las mujeres, y las hetairas, generalmente extranjeras, únicas mujeres cultas que abrían sus salones a los intelectuales y artistas, discutían con ellos, asistían a fiestas y banquetes, etc. Mal vistas, en general, por las “virtuosas”.
La vida en Atenas.
Atenas creció desordenadamente, sin un plan urbanístico, de modo que la inmensa mayoría de sus calles eran estrechas y retorcidas, y estaban flanqueadas por casas muy modestas. Escaseaba el agua, y el desarrollo económico conducía paradójicamente a un empeoramiento de las condiciones de vida. Uno de los aspectos que caracterizaban el área urbana ateniense era el bullicio, el ruido de la muchedumbre en las calles y en las plazas. Y otro rasgo de la Atenas democrática era el que la gente baja no mostrara reverencia alguna ante los notables y se despreocupara por completo de cederles el paso.
En cambio, al llegar la noche las calles, carentes de iluminación, se volvían inseguras.
Las casas atenienses carecían de agua corriente, y sólo algunas contaban con pozos, por lo que era preciso ir a buscarla a las fuentes. Hasta el siglo IV no se hicieron cloacas cubiertas, y se echaba todo a las calles, que no estaban pavimentadas. Abundaban las ratas, las moscas y los mosquitos, las pulgas, chinches y otros parásitos.
Una parte muy importante del esfuerzo constructivo de Atenas se encaminó al acondicionamiento de su puerto, el Pireo, situado a cierta distancia de la ciudad.
Las viviendas solían ser de una sola planta dividida en dos o tres diminutas piezas, construidas con madera, adobes y cascajo, y apoyadas unas contra otras. Hay testimonios escritos de la existencia de viviendas colectivas, que albergaban a varias familias de inquilinos. También había casas de gentes ricas, más confortables y lo suficientemente amplias como para permitir albergar a los esclavos domésticos. Sin embargo, la mayor parte de las familias acomodadas residían, al parecer, en los alrededores de la ciudad, e incluso en el campo.
La unidad familiar, integrada por una pareja de esposos y por unos hijos nacidos de la unión de ambos o legalmente adoptados, era en la Grecia clásica la base natural y jurídica del tejido social. En la constitución del matrimonio prevalecían los aspectos económicos y de convención social frente a los sentimientos de los contrayentes.
En Atenas el matrimonio legítimo entre ciudadanos era por encima de todo un contrato entre dos partes: por un lado el novio, y, por otro, el representante legal de la novia (el padre, si vivía, o el hermano mayor o el varón que determinara la ley), ya que la mujer no tenía capacidad jurídica para asumir esta responsabilidad.
Los matrimonios entre desconocidos eran lo común entre las gentes de clase media y alta en Atenas.
En realidad, el hombre griego consideraba el matrimonio como una obligación penosa, como un “mal necesario”: había que casarse para tener un heredero de la hacienda y alguien que perpetuara los cultos domésticos, incluido el ritual funerario, y además, para alcanzar el prestigio social que se negaba al soltero. En general, la edad ideal para casarse era los treinta en el hombre y los dieciséis en la mujer.
La ley ateniense reconocía el divorcio, pudiendo el marido repudiar a la esposa sin necesidad de alegar motivo alguno, aunque, eso sí, con la obligación ineludible de restituir la dote recibida. De hecho estaba obligado a mantenerla intacta mientras duraba el matrimonio, aunque la administraba y se beneficiaba de lo que produjera; para evitar que vendiera o gastara tales bienes, era frecuente que se le exigiera una garantía hipotecaria constituida sobre su propio patrimonio.
La falta de descendencia solía ser la causa del repudio, así como el adulterio probado de la esposa. Cuando recibía malos tratos, la mujer casada podía acudir al arconte para que disolviera el matrimonio.
El esposo no sólo era libre de divorciarse cuando gustara, con derecho a conservar los hijos habidos del matrimonio e incluso el engendrado y no nacido aún, sino que podía casar a su mujer con otro hombre de su elección, sin el consentimiento de ella. En cuanto a la viuda, tenía que casarse con quien hubiera dispuesto el marido antes de morir, si así lo había hecho, o quien decidiera su nuevo dueño legal (hijo mayor, padre o pariente más próximo). La mujer casada que, a la muerte del padre y a falta de hermanos varones, se convertía en heredera del patrimonio familiar, podía ser obligada a divorciarse para casarse con el pariente más próximo por vía paterna, a fin de convertirse éste en administrador de los bines en cuestión y en padre del futuro heredero de los mismos.
Como la finalidad del matrimonio era la consecución de un heredero, se tendía a evitar las proles abundantes. Platón fija la descendencia ideal en una hija y un hijo. Pero, parece que prevalecía la tendencia a tener un solo hijo.
Existía un escrúpulo de carácter religioso que impedía dar muerte al recién nacido, pero de hecho se le abandonaba esperando que muriera, colocado en un cacharro de barro que habría de servirle como urna funeraria. A veces, el pequeño era recogido por alguna pareja que necesitaba un hijo, o por alguien que quería criarlo como esclavo.
Tan legítimo y tan aceptado como el abandono del recién nacido era el aborto, aunque la ley defendía el derecho del padre o del dueño de una esclava a tener descendencia, prohibiendo que la mujer se provocara un aborto sin el consentimiento del esposo o del dueño.
Además, los griegos trataban de evitar que sobrevivieran los hijos nacidos con taras físicas.
El recurso de la adopción se utilizaba cuando no se había logrado descendencia o habían muerto los hijos prematuramente. Se podía hacer en vida o a través de testamento. Por otra parte, un padre sin más heredero que una hija casada podía adoptar al hijo de ésta.
La enseñanza de los niños incluía las letras, la música y la gimnasia.
El trabajo físico se consideraba como una calamidad, ya que arrebataba al hombre el tiempo necesario para cultivar su espíritu y para gozar de los sentidos. El ejercicio de las funciones públicas y la prestación militar eran actividades que gozaban de mayor estimación social que las productivas.
Pero, si se veía uno forzado a trabajar con las manos, debía ser al menos en la propia hacienda, porque la propiedad de una tierra, por pequeña y pobre que fuese, era en sí misma un título de dignidad; hacía al hombre formalmente libre y constituía el soporte material de la familia, su signo de identidad; aunque, lo ideal era tener esclavos que pudieran hacer estas tareas.
En muchos estados griegos el poseer una tierra era lo que confería derechos políticos.
Las actividades lucrativas, como el comercio, tampoco estaban, en general, bien vistas.
El trabajo de los artistas de calidad (arquitectos, escultores o pintores), el de los médicos o el de los maestros, tenía un rango social elevado, pero no tanto como hoy en día, ya que todo lo que fuera trabajar por dinero se consideraba degradante.
La libertad y la esclavitud eran calificaciones jurídicas que no siempre implicaban una diferencia en la calidad de vida. La riqueza y la falta de ella marcaban unas diferencias entre los hombres mucho más importantes que su condición de libres o de esclavos.
Los griegos tenían innumerables dioses, respetaban a los dioses de los extranjeros, y estaban abiertos a cualquier creencia o práctica religiosa.
Entre los griegos se había desarrollado una rica actividad filosófica que había sometido a la religión a sus críticas, tratando de alcanzar una concepción más elevada de los divino; una relación con la divinidad que no impusiera limitaciones al pensamiento. Los dioses demasiado humanizados y sujetos a las pasiones de los hombres no eran tomados en serio por los filósofos, pero tampoco se consideraba a éstos como ateos. El hombre griego era profundamente religioso.
La muerte tenía una singular importancia en el contexto del grupo familiar. Para los atenienses de la época clásica era muy importante el ser inhumados en su tierra natal.
Comida y banquetes.
Los griegos comían, en general, poco y sin gran variedad. Su comida más importante era la cena, en tanto que a mediodía se limitaban a tomar algo muy ligero, y por la mañana, tan sólo unos trozos de pan mojados en vino y acompañados a veces de algunos higos.
La base de la alimentación correspondía a los cereales, que en Atenas era preciso importar en gran cantidad, ya que, al aumentar su población con el desarrollo de la industria y el comercio, la ciudad fue muy pronto deficitaria en la producción de grano. Se consumía pan de trigo, pero lo más común, por su menor precio, eran las tortas de cebada. En cuanto a legumbres, abundaban las habas, y también las lentejas, con las que se hacía puré. Las aceitunas y los higos eran los frutos más baratos, y se comían también gran cantidad de cebollas y ajos. Las frutas frescas, con excepción de las uvas en la época de vendimia, escaseaban en la ciudad, consumiéndose más comúnmente las variedades secas de higos, nueces o uvas.
Las proteínas animales se tomaban del queso, y sobre todo, del pescado. Las sardinas y los boquerones eran las especies más baratas, aunque también se consumían mucho el atún, los moluscos y los calamares. La carne de cerdo parece haber sido la más asequible, pero el consumo de carne no era muy habitual en la ciudad, salvo en las casas acomodadas; era de hecho un manjar de excepción reservado a los días de fiesta. En el campo, la caza y la crianza de animales facilitaban el consumo de carne pero, en cambio, no se comía pescado, a no ser el procedente de los ríos. Tanto la carne como el pescado se preparaban alternativamente en forma de salazones o de ahumados.
Las especialidades culinarias más elaboradas parecen haber sido las de pastelería, que se hacían en las casas.
Además de agua, se bebía en las comidas leche, una mezcla de agua y miel denominada hidromiel, y vino; este último se rebajaba con agua.
Las comidas en común y los simposios.
Los individuos acomodados solían celebrar en sus casas banquetes, a los que invitaban a los amigos; son los llamados simposios, que entre las gentes cultas se convertían en verdaderas tertulias intelectuales.
En los simposios los comensales eran solamente hombres. Había una primera parte, el banquete propiamente dicho, en que se servían los manjares de más consistencia, Y una segunda, durante la cual se consumía el vino lentamente, picando de vez en cuando algún fruto fresco o seco, o bien algún dulce. En esta fase, que contaba con mayor número de asistentes, tenían lugar las tertulias, amenizadas por la música, la danza y las diversas atenciones de unas muchachas a las que se llevaba, a sueldo, para la ocasión. En el marco del simposio se desarrollaba también la pederastia, muy practicada por los griegos en general.
El simposio tenía un ceremonial complicado, que le confería gran solemnidad. En el vestíbulo de la casa los asistentes eran coronados con guirnaldas y flores, se descalzaban , y sus pies eran lavados por los esclavos domésticos. Después, una vez reclinados en los lechos, les presentaban una jofaina para que se lavaran las manos, lo que era muy necesario, ya que los griegos no utilizaban cubiertos para comer. El simposio comenzaba con una libación en honor de Dioniso, el dios del vino y de la bebida, al que se cantaba un himno. Un “rey del banquete”, designado al azar, se encargaba de dirigir todos los detalles de la sesión, pudiendo imponer a los desobedientes pequeños castigos que servían de divertimento para los demás.
Los anfitriones rivalizaban unos con otros para ofrecer a sus invitados la fiesta más atractiva, no sólo por la selección de los vinos y manjares, sin por la variedad y cantidad de números ejecutados por danzantes y músicos de ambos sexos, por la belleza de éstos, y también por la importancia y el ingenio de los propios invitados.

Bibliografía utilizada:
Así vivían en la Grecia Antigua. Raquel López Melero. Ed. Anaya, 2004.
La civilización griega. Arturo Pérez. Ed. Anaya, 2002.

1/2/10

Se abre el blog El Banquete

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